¿Y en España?
Hasta hace poco, los españoles, nos creíamos entre los más sanos gracias a la tan manida y tópica dieta mediterránea. Bueno, pues eso se acabó. Según la última encuesta Nacional de Salud (2001), el 36% de los españoles tiene problemas de sobrepeso, a los que debemos sumar un 13% que se encuentra ya dentro del grupo de los obesos. Las cifras bailan y oscilan, pero la alarma la ha dado hace tan sólo unos días la ministra de Sanidad. Según los datos de Elena Salgado, uno de cada seis niños desarrolla obesidad (un 16%, cuando en 1989 era un 5%). Las razones son las mismas que en el resto de países.
Pero, ¿por qué engordamos?
En Estados Unidos, los endocrinos recomiendan un consumo de 2.200 calorías para los hombres y 1.600 paras las mujeres, en el caso de vidas sedentarias. Todo consumo que supere estos niveles obliga al cuerpo a crear reservas y por tanto acumular grasas. Pero no es la única razón. Hay dos razones que tienen mucho que ver con el modelo de sociedad desarrollada, consumista y tecnológicamente avanzada que hemos construido y que afecta sobre todo al estilo de vida, a nuestro tiempo laboral y de ocio. Una persona, puede pasar las 24 horas de un día sin haber caminado más de 50 metros. Desde la puerta al ascensor, de ahí al coche, o al autobús, a la puerta del trabajo, de nuevo al ascensor y de ahí a la silla del puesto de trabajo. Así un día tras otro. Las maletas tienen ruedas, donde no hay ascensores hay escaleras mecánicas, las ventanillas de los coches son automáticas, los cortacésped van solos, no se friegan platos, la compra la traen desde el supermercado y para ir al cine, que está a 500, 1.000 o 2.000 metros, se va o en coche o en transporte público. Vivimos la paradoja de un cuerpo, que por genética, tiende a acumular energías, o sea calorías, y sin embargo nuestro modelo social nos impide quemar esas calorías.
Más paradojas
El escritor y economista José Luis Sampedro no se cansa de repetir que en nuestro mundo, si los alimentos se repartieran equitativamente, nos sobrarían a cada uno más de 100 calorías. Una explicación que choca frontalmente con otra cifra: más de 18 millones de personas mueren al año de hambre o malnutrición. Es la línea que divide el mundo rico del pobre la que marca la diferencia. Pero los propios países desarrollados tienen sus propias paradojas. Por ejemplo, en España, durante los años 80, las zonas con más problemas de sobrepeso eran las más ricas del país. En el año 2000, tal y como reconoce el profesor Javier Aranceto, “la obesidad se da en las capas con nivel cultural y socioeconómico más bajo”. A nadie se le escapa, que los alimentos naturales, biológicos y dietéticos son más caros, y que los restaurantes más baratos y en los que más se concentra el consumo infantil son los de comida rápida, la adaptación del fast food en nuestro país. Los datos demuestran, también, que entre los países con mayor índice de obesidad se encuentran, además de Estados Unidos, Rusia, México, la República Sudafricana, Egipto, Turquía y Tailandia.
Pan, hamburguesas y caras felices

¿Soluciones?
‘Así no puedo seguir’, piensa uno mirándose al espejo, para tomar, a continuación, una decisión drástica: ‘el lunes me pongo a dieta y me apunto a un gimnasio’. De las dietas hablaremos más tarde. Nos quedamos en el gimnasio. Nuestro país no alcanza grandes cuotas en competiciones internacionales, salvo en el fútbol, sin embargo, somos los que más frecuentamos los gimnasios de entre todos los europeos. Otra cosa es que le saquemos partido y que sea efectivo. La realidad nos demuestra que no. Que se trata de una cura a corto plazo, y que tal y como ocurre con las dietas, nuestro organismo pierde pronto el interés por el ejercicio físico. La razón principal, lo que más frustra a las persona con sobrepeso, es la lentitud de los resultados. Eso lleva a muchos hasta el peligroso mundo de las pastillas. La reina de las píldoras, conocida como Half Fat, promete eliminar la mitad de cada gramo de grasa que se digiera. Hay otras, que funcionan como inhibidoras del apetito, pero todavía no se han eliminado efectos secundarios tan peligrosos como los problemas cardiacos, diarreas o la pérdida del apetito sexual. Para quienes tienen paciencia pueden probar con la infinidad de dietas que nos ofrece el mercado y que las revistas femeninas se empeñan en promover insistentemente.
La revolución dietética
Su creador, Robert Atkins, fallecido hace tan sólo un año, ha creado ampollas entre los colegas de profesión. Atkins, revolucionó el mundo de las dietas, poniendo utilizando los alimentos ricos en grasas para reducir el peso. Su base, ni demostrada ni rechazada por el resto de la comunidad científica, es que cuando el cuerpo ingiere hidratos de carbono y proteínas procedentes de frutas y verduras, tiende a necesitar rápidamente más cantidad de alimentos. En cambio, con alimentos ricos en grasas, como queso, mantequilla, beicon o salchichas, el organismo produce un fenómeno denominado cetosis que obliga a quemar más rápido las calorías consumidas. Esa misma cetosis, obliga a nuestro estómago a una digestión mayor y por lo tanto no se necesita volver a comer.
Y, si hace falta radicales
Cuando todo falla, cuando es imposible luchar contra la forma de vida y contra la propia voluntad, el cuerpo humano puede llegar al peligroso estado conocido como obesidad mórbida. En España casi un 15 % de la población la padece. Nos lo dice una medida, conocida como IMC o índice de masa corporal, y es el resultante de dividir el peso entre la altura al cuadrado. Si este índice supera el 40 estamos en la zona de obesidad entre moderada y mórbida. Además de los peligros para la salud, la obesidad mórbida conlleva una serie de desventajas que los obesos conocen muy bien. Piensen por ejemplo en un asiento de avión, de autobús o la butaca de un cine. ¿Puede una persona con más de 110 kilos sentarse en una taza de water de un tren o de un avión? Y después están los prejuicios sociales, la marginación, el ridículo y las vejaciones que sufren los obesos, por parte de una sociedad que impone un canon de belleza que no admite tallas por encima de la 36. Llegados a este extremo, sólo cabe tomar medidas drásticas. La más extendida, además de liposucciones y demás cirugías de vaciado, es la reducción de estómago. Esta operación, conocida como bypass gástrico o cirugía bariátrica, consiste en reducir el tamaño del estómago, de tal modo que donde antes entraban entre litro y litro y medio, no quede sitio más que para un yogur. Es efectiva, pero también peligrosa. En Estados Unidos en 2003 se realizaron algo más de 100.000 operaciones, con un índice de complicaciones del 7%. En España, este año han muerto cinco personas tras una operación similar. Ese riesgo no impide que en nuestras clínicas se hayan operado ya más de 1.500 personas. Lo normal, es que tras la operación, una persona de 140 kilos baje hasta los 70 en menos de año y medio. Un milagro, un sueño, o tal vez la salvación, para aquellos que aguardan más de 18 meses en lista de espera.
Records
Hay cuatro reglas de oro, para evitarla en origen: la primera, combatir la vida sedentaria, moverse, andar, caminar, correr, gastar calorías. La segunda reducir las raciones de los alimentos y aumentar el número de comidas, es decir, comer menos y en varias comidas. La última, básica: conocer lo que se come, su origen, sus beneficios y porqué lo comemos. Después hay una, de simple sentido común: puesto que la gastronomía es un placer, siempre hay que dejar un hueco por llenar en nuestro estómago. Ya lo hemos dicho antes: lo bueno, si breve, dos veces bueno. Por lo demás, bon apetit.
Andrés Fierro Novo. Publicado en la revista EVASIÓN, nº 36 Octubre de 2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario