El primero Mario Benedetti, poeta, prosista, novelista y ensayista, exiliado y después desexiliado, que ha vivido muchos de sus mejores momentos en España, pero que no sería lo que es sin su acerbo montevideano. El segundo, Jorge Drexler, médico, compositor, autor, intérprete, a la sazón, un poeta al que Sabina se trajo cual mecenas y que ha cosechado sus mejores frutos en este exilio musical. Dos exiliados. ¿Casualidad? Puede. Son, como decía Paul Thomas Anderson en “Magnolia”, cosas que pasan. Sobre estas "cosas que pasan", el propio Drexler relata en la entrevista que “Al otro lado del río”, la canción con la que alcanzó la gloria del Oscar, nació fruto de la ley del mínimo esfuerzo: “Fue la producción más simple de mi carrera, y ya ves, me acompañará toda mi vida”.

En el mismo documental nadie (Danny de Vito, Sydney Pollack, Richard Zanuck o George Clooney, entre otros) es capaz de explicar si esos momentos mágicos del cine son fruto del trabajo y las intenciones de un artista o, más bien, pura casualidad. Quizá, como cuenta en el libro “El guión cinematográfico, un viaje azaroso” mi amigo Miguel Machalski, todo esto tiene que ver con un cúmulo de circunstancias, algunas azarosas, otras intencionadas. Y sería impensable que una frase como “Alégrame el día” resultase creíble en boca de, por ejemplo, de Pepe Sacristán.
(En la foto, la mencionada secuencia de "Tiburón", una prueba evidente de que para causar inquietud y miedo es mucho más efectivo lo no mostrado que lo evidente. Lástima que Hollywood no haya aplicado esta lección en otras producciones de terror).
Publicado originalmente en Sept. 2006
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